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lunes, 24 de septiembre de 2012

Matrimonios en el ojo del huracán Parte 1


Muchos matrimonios se están desmoronando ante los feroces embates del enemigo.
La victoria será concedida a aquellas parejas que disciernen cómo deben cubrir su matrimonio para permanecer firmes en la relación a la que han sido llamados.
En estos tiempos se ha desatado una batalla monstruosa contra los hogares, una lucha contra los matrimonios que es cruel y parece no tener fin. Yo pensaba, en un momento, que esto se veía más claramente en EE.UU. Observo, sin embargo, que también en América Latina se ha librado este conflicto, una guerra declarada contra el hogar.

Esto en sí mismo no constituye un problema porque Dios nos ha dado las armas para vencer cualquier tipo de conflicto espiritual. El problema serio, no obstante, es que muchos no saben que están en medio de una guerra espiritual, por lo que acaban peleando con sus propios cónyuges o se enojan consigo mismos. Otros reconocen que están en una batalla espiritual pero no saben de qué manera obtener la victoria. Si usted quiere que el evangelio avance en su hogar, en algún momento tendrá que pronunciar oraciones de guerra, atando los espíritus que frenan la bendición de Dios. No existen los matrimonios perfectos, pero sí existen los matrimonios que caminan hacia la perfección, que han elegido la senda de la santidad. Están compuestos de personas imperfectas que se han comprometido a seguir al Perfecto. En cada paso que dan juntos están más cerca de él.

En el capítulo 4 de Nehemías se exponen importantes lecciones para aquellos matrimonios comprometidos en avanzar hacia la relación a la que han sido llamados.

1. Proteger es provocar

«Y sucedió que cuando Sanbalat se enteró de que estábamos reedificando la muralla, se enfureció y se enojó mucho. Y burlándose de los judíos, habló en presencia de sus hermanos y de los ricos de Samaria, y dijo: ¿Qué hacen estos débiles judíos? ¿La restaurarán para sí mismos? ¿Podrán ofrecer sacrificios? ¿Terminarán en un día? ¿Harán revivir las piedras de los escombros polvorientos, aun las quemadas? Tobías el amonita estaba cerca de él, y dijo: Aun lo que están edificando, si un zorro saltara sobre ello, derribaría su muralla de piedra». (1–3)

Cuando Nehemías llegó a Jerusalén encontró la ciudad en ruinas ( familia) y decidió tomar los pasos necesarios para reestablecerla, y comenzó con la reconstrucción de los muros (matrimonio). Estos eran importantes porque protegían la ciudad. No obstante, la decisión de reconstruirlos provocó inmediatamente la ira de los vecinos, enemigos del pueblo.

En estos tiempos una cantidad notable de líderes han caído, han claudicado frente al desafío que presenta el matrimonio. Algunas de estas personas eran graduadas de institutos bíblicos y centros de capacitación teológica. No obstante, no consiguieron ganar la batalla por sus matrimonios. Mi corazón se estremece por ellos, porque estas bajas no son necesarias.

El enemigo no descansa

Lo primero que debemos entender es que cada vez que un esposo decide por su matrimonio, dándole la espalda a la infidelidad y a la inmoralidad sexual, para ser fiel el resto de su vida a su esposa, ¡el enemigo se pone nervioso! Cuando concertamos un pacto con Dios de no negociar nuestro matrimonio, que vamos a seguir junto a nuestro cónyuge en las buenas y en las malas, en tiempos de salud o de enfermedad, en abundancia o pobreza, provocamos la ira de nuestro enemigo.

Al cristiano le toma trabajo entender esta realidad porque nos falta convicción de que el enemigo es viciosamente malo. Es un ser lleno de odio. Cuando mira un matrimonio él ve la bendición de Dios para la sociedad, una relación que puede producir hijos sanos y familias sanas. Por esto, la agenda del enemigo es muy clara: viene para matar, robar y destruir.

La lucha debe ser certera

Cuando no entendemos la verdadera furia del diablo contra los matrimonios, acabamos creyendo que todos los problemas que vivimos simplemente son por la libertad que le damos a nuestra carne. No percibimos que existen otras fuerzas que atentan contra el matrimonio, una estrategia diabólica global contra la familia. Siempre ha existido, pero en estos tiempos se ha manifestado con mayor intensidad. Estamos arribando a un momento en el que la persona que no hizo un pacto con el Señor y con su esposa, a favor de su matrimonio, no podrá resistir. Son demasiados los que van claudicando ante este embate del enemigo.

Yo tengo convicción de que aún los que no están en Cristo sufren estos ataques. Cuando una persona decide ser fiel y leal a su matrimonio el enemigo desata toda su furia sobre ella porque él se opone a la institución de la familia. Si tu quieres edificar los muros de tu matrimonio, ¡prepárate!, porque se vienen tiempos de guerra espiritual.

El discernimiento es fundamental

Recuerdo un momento en el que volví a casa, luego de haber pasado todo el día en la oficina. Había estado trabajando en los asuntos del ministerio, pero a medida que regresaba hacia mi hogar se instaló en mi interior un sentimiento de ira hacia mi esposa. Mientras crecía la ira esta se convertía en odio. Cuando llegué a mi casa mi esposa abrió la puerta y me di cuenta de que ella abrigaba el mismo sentimiento hacia mí. Intentamos entablar algún diálogo pero el asunto se tornaba cada vez peor y no le encontrábamos una solución.

Repentinamente, en medio de ese ambiente hostil, mi esposa me tomó la mano y me exhortó: «vamos a orar». Me dio cierta vergüenza, ¡porque yo era el pastor! De todos modos, ella comenzó a orar: «Espíritus inmundos de divorcio que han venido a meterse en nuestro hogar, los echamos fuera de nuestro matrimonio». En dos minutos el ambiente de hostilidad se había disipado por completo.

Este pleito no era el resultado del mal carácter, aunque este siempre aporta lo suyo. Esto no era, tampoco, una manifestación de carnalidad. Esto era una invasión demoníaca que quería instalar en nuestro medio la gritería y la maledicencia que lleva a que se resquebraje la relación del matrimonio.
Es bueno arrepentirse. Es importante caminar en santidad. Pero aun así, debemos caminar en la autoridad que Dios nos ha dado. Habrá momentos en que será necesario primeramente, aún antes de tratar con nuestro mal carácter, ejercer autoridad sobre los espíritus inmundos que vienen contra la familia.

Cuando leemos el relato de Zacarías 3 descubrimos que lo primero que hizo el profeta no fue cambiarle las vestiduras sucias al sumo sacerdote, sino que le dijo a Satanás: «Jehová te reprenda». En ocasiones este será el primer paso obligado para volver a instalar el evangelio en el hogar, para limpiar los aires de toda inmundicia.

2. Proteger es orar

Lo segundo que observamos en la estrategia de Nehemías es que percibió que debían hacer «oración de guerra». A todos nos gusta hacer oraciones lindas: «Señor, bendice a mi vecino, mi hogar, mi trabajo», los cuales son buenas y necesarias. Pero llega un momento en el que es necesario también orar de otra forma. Observe la oración de Nehemías:

Oye, oh Dios nuestro, cómo somos despreciados. Devuelve su oprobio sobre sus cabezas y entrégalos por despojo en una tierra de cautividad. No perdones su iniquidad, ni su pecado sea borrado de delante de ti, porque han desmoralizado a los que edifican. (4–5).

¡No encontramos mucha bendición en esta oración! Y ¿cómo es esto? ¿Acaso no dice la Palabra que debemos amar a nuestros enemigos y buscar hacerles el bien? A pesar de que Jesús mismo enseñaba esto, existía un grupo para el cual no mostraba mucha paciencia: el de los fariseos y los escribas, porque eran los que entorpecían el acceso del pueblo a los asuntos de Dios.

Buscar el arrepentimiento

Ahora bien, nosotros ya no vivimos en la época del Antiguo Testamento, en la que fue elevada esta oración. En el Nuevo Testamento se nos enseña que debemos orar también para el arrepentimiento. Es decir, nosotros no oramos, por ejemplo, para que Dios bendiga a los brujos y a los hechiceros sino, más bien, para que Dios destruya sus obras y ellos se arrepientan del mal que hacen.

Observamos este mismo principio en Hechos 13. Pablo predicaba el evangelio de Jesucristo, pero Elimas, el mago, buscaba apartar de la fe al procónsul (13.8). Entonces «Saulo, llamado también Pablo, lleno del Espíritu Santo, fijando la mirada en él, dijo: Tú, hijo del diablo, que estás lleno de todo engaño y fraude, enemigo de toda justicia, ¿no cesarás de torcer los caminos rectos del Señor? Ahora, he aquí, la mano del Señor está sobre ti; te quedarás ciego y no verás el sol por algún tiempo. Al instante niebla y oscuridad cayeron sobre él, e iba buscando quien lo guiara de la mano» (9–11).
Esta es una amonestación apostólica, realizada con toda la autoridad que Dios le ha dado a sus hijos. Si usted quiere que el evangelio avance en su hogar, en algún momento tendrá que pronunciar oraciones de guerra, atando los espíritus que frenan la bendición de Dios para su vida y su matrimonio.

Luchar con inteligencia

La esperanza se encuentra en la capacidad de orar correctamente, entendiendo que «aunque andamos en la carne, no luchamos según la carne. Aún recuerdo el testimonio de un pastor que conocí en Brasil. Él me confesó: «Sergio, no sé si vas a creerme, pero yo nunca he luchado con problemas con la pornografía. Me casé joven, soy feliz en mi matrimonio y no he sostenido grandes luchas con la inmoralidad. Sin embargo, hace un año comencé a tener visiones de figuras obscenas. Fue tan intensa la lucha que acudí a la asociación de pastores para que oraran por mí. Por la gracia de Dios fui libre. Unos meses más tarde, en una reunión de confraternidad, apareció un hombre que había sido líder del satanismo en esa ciudad. Él se había convertido a Cristo y reconoció mi nombre, por lo que se acercó para decirme: —Pastor, ¿usted sabe que en esta ciudad hay diez templos satanistas? En cada uno de esos templos hay una lista de personas por las que se ayuna y ora al diablo, para que sean destruidas. Su nombre está en primer lugar en la lista de cada uno de estos templos.» En ese momento mi amigo entendió que realmente vienen sobre nosotros torrentes de perversidad, como afirma el salmista, que quieren destruir nuestras vidas.

Muchas veces ignoramos estos ataques, por lo que acabamos luchando en los lugares incorrectos. La esperanza se encuentra en la capacidad de orar correctamente, entendiendo que “Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2Co 10.3–5). Hay ciertos asuntos que no se resuelven hasta que se abren los cielos sobre el hogar.

En Hechos 5 también observamos cómo Pedro les anuncia a Ananías y a Safira que caerá juicio sobre ellos. Estas son expresiones muy fuertes, reservadas para los apóstoles y las grandes autoridades de la Iglesia. Tú y yo no necesitamos andar por allí emitiendo juicio contra nadie, pero sí podemos pararnos bien firmes contra el enemigo de nuestras almas y declarar: «Satanás, este no es tu hogar y aquí no te permito operar».
Ha habido ocasiones en las que yo he tenido que descender al subsuelo de mi casa, diciendo: «no me voy de este lugar hasta que Dios me responda y se abran los cielos sobre mi casa». La opresión era tangible y me daba cuenta de que la situación no se resolvía con el diálogo. Entonces comencé a batallar, a clamar, a pedir, a golpear, a insistir porque Dios ya me ha concedido la victoria. Me transformé en un atrevido en el reino de los cielos, dispuesto a continuar hasta el momento en que consiguiera salir de aquel lugar con victoria. ¡Y el Señor la concedió! Estoy dispuesto a pelear esta batalla cuantas veces sea necesario, porque los ataques vendrán una y otra vez contra el matrimonio.

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