Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente,
dando honor a la mujer como a vaso más frágil y como a coherederas de la gracia
de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo.Pedro 3:7
María Aparecida y Raúl llegaron un día a mi escritorio, con el
hogar al borde del colapso. ¿Dónde estaban los sueños que un día los llevaron
al altar? ¿Qué sucedió en apenas cinco años de matrimonio?
-Fueron apenas seis meses de felicidad, pastor -dijo ella llorando-. Después todo fue agresión y angustia, que hoy se está transformando en desprecio e indiferencia.
Estamos viviendo en tiempos críticos para la familia. Los novios
llegan al casamiento llevando debajo de la manga la posibilidad del divorcio si
las cosas no salen bien. Cada día se acepta con más naturalidad la separación
de un matrimonio.
Lo interesante es saber que todos los matrimonios llegan al
altar queriendo ser felices y amándose mucho. ¿Por qué, entonces, fracasan los
hogares? Está probado por la propia vida que para ser feliz en el casamiento no
basta simplemente con querer ser feliz, ni amar mucho al cónyuge, porque si
fuese así, la gran mayoría de los casamientos sería un éxito.
¿Qué es lo que está faltando, entonces? “Vivid la vida común del
hogar sabiamente”, dice Pedro. La sabiduría y el equilibrio son dones que sólo
Cristo puede dar. Para que un matrimonio dure toda la vida es necesario que sea
construido sobre bases sólidas, y no apenas sobre sentimientos y buenas
intenciones humanas.
El marido necesita ir cada día a los pies de Jesús y deponer
ante él su intransigencia, su radicalismo, su autoritarismo. Necesita decir:
“Señor, habita en mí por la presencia de tu Santo Espíritu y transforma mi
carácter. Ayúdame a considerar a mi esposa como a ‘vaso más frágil’, y enséñame
a tratarla con respeto y dignidad”.
Jesús, que ve y comprende todo, sin duda irá puliendo las
aristas de nuestro carácter y nos enseñará a vivir la esencia del evangelio en
la “vida común del hogar”.
Ese día Raúl me contó que hacía mucho que no se encontraba con
Dios. La vida era tan agitada y llena de actividades que no le quedaba tiempo
para estar a solas con Dios.
Estaba prosperando financieramente, pero su hogar
se caía a pedazos. Juntos llegamos a la conclusión de que valía la pena
esforzarse por separar cada día un tiempo para Jesús. Tengo la certeza de que
él está aprendiendo en la escuela de Cristo, porque un día los vi de nuevo en
la iglesia tomados de la mano.
Ese maravilloso Jesús que está poniendo equilibrio en ese hogar,
esta mañana está dispuesto a entrar en el tuyo y colocar cada cosa en su lugar.
Sólo debes decirle: “¡Señor, acepto!”
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